Apuntes para descolonizar praxis y pensamiento. Reflexiones situadas a partir del trabajo en huertas.

Por Eli Neira*

Ahora que en Abya Yala estamos más o menos de acuerdo en que el “descubrimiento de América” no fue un “descubrimiento” sino más bien una masacre y el saqueo organizado más grande de la historia; ahora que nos embarga un fuerte deseo de derribar todas las estatuas de los conquistadores, es un buen momento para detenerse a pensar cómo y de dónde nutrimos una nueva epistemología, un nuevo pensamiento que se traduzca en una nueva praxis, que nos permita matar o al menos neutralizar al saqueador interno que está incrustado en lo más profundo de nuestra memoria genética y que boicotea todo intento de cambio colectivo significativo. ¿Cómo descolonizamos el pensamiento para descolonizar la praxis?

Desde una intensa búsqueda he llegado a la conclusión de que el primer paso consiste en acabar con la mentalidad de supermercado que inevitablemente tenemos todas las personas que vivimos inmersas en las ciudades y su orden. Las siguientes reflexiones nacen de esta búsqueda que encuentra en el trabajo de huertas urbanas una clave y una respuesta profundas para cerrar el supermercado que tenemos por inconsciente.

Una mentalidad de supermercado es aquella que te hace suponer que el mundo es un conjunto de cosas (la categoría cosas sería aplicable también a todo lo vivo) desconectadas entre sí, que están en el plano de lo real en completa disposición para ser usadas por nosotros, a cambio de una suma de dinero.

Una mentalidad de supermercado, solo ve superficies, precios y ofertas, ganancias o pérdidas. No es capaz de ver u oculta deliberadamente, las relaciones de tiempo, trabajo y afectos necesarios para que algo ocurra, para que algo se manifieste como realidad física, más o menos disponible para satisfacer una necesidad humana.

Un ejemplo muy simple. Para que mi limón comenzara a dar limones grandes y jugosos pasaron 5 años de riegos y cuidados; 5 años de pacientemente probar muchas fórmulas de pesticidas naturales para sacarle los hongos, hoja por hoja, hasta dar con uno a base de ajo y cebolla que funcionó a lo largo del tiempo, sin dañar la tierra ni los otros cultivos.

Es decir, para poder yo disfrutar de una rica limonada, hubo mucho trabajo y una relación de intercambio afectuoso y de cuidados entre el limón y yo durante largos 5 años donde yo lo cuidaba y el limón crecía y se fortalecía. Hasta que un día se llenó de frutos. En esta cualidad de lo vivo, la fase final es el fruto, que puede o no, ser un “bien” para mí. Porque el “fruto” existe independiente de mi necesidad por una necesidad inherente al árbol.

Durante el trabajo de huerta para que una planta se convierta en un “capital” ya sea farmacológico o alimentario, hay un proceso que implica y compromete de una manera importante al beneficiario. Proceso por el que éste se hace hiperconsciente del espacio, tiempo, cuidados que se precisan para que ocurra el “beneficio”.

Es decir, el beneficio está mediado por un factor relacional y no monetario ni mecánico. En la naturaleza todo es relación, nada es automático y las relaciones son frágiles hay que cuidarlas. En este marco el “consumidor” se frustra, no puede existir. A menudo olvidamos que sin consumidor no hay capitalismo y que nosotros somos “el consumidor”.

La experiencia de la tierra te enseña que todo lo vivo vuelve a ser tierra y que, con tus acciones cotidianas, hábitos, gestión de desechos (alimentarse, mear y cagar literalmente) puedes empobrecerla o enriquecerla. Y sólo en una tierra enriquecida puede surgir la vida y eso nos incluye, porque el supermercado y el dinero son una ficción. No existe tal disponibilidad de los recursos.

Solo inmersos en una relación con las plantas, éstas nos enseñan toda su inteligencia verde, desarrollada por milenos y milenios de evolución.

Para que la planta nos entregue su riqueza, su conocimiento, su medicina, su alimento hay que prestarle muchísima atención. Hay que aprender su leguaje. Entonces para las personas que sufren depresión o exceso de yoismo es un gran ejercicio porque te obliga a permanecer en una relación con una otredad no antropocentrada.

Las plantas nos enseñan que nos multiafectamos y que en esa red de relaciones somos frágiles si estamos solxs, expuest@s a las fuerzas del universo y nos volvemos fuertes si nos vinculamos estratégicamente con los seres con los que compartimos nuestro espacio tiempo.

Nos enseñan también que si algo es alimento para nosotr@s también lo será para otros organismos que preexisten tales como otros insectos y parásitos. A veces tienes que compartir tu rica hoja de lechuga con una familia de caracoles o con pulgones. Como “cuidador” de la plata, lo que nos corresponde es mantener a raya esa población que comparte con nosotros la sustancia vital de la planta, no exterminarla.

La planta siempre es una potencia que se desplegará si encuentra las condiciones y muchas veces se desarrollarán igual en las peores condiciones porque la naturaleza es extremadamente generosa y siempre que la dejemos va a darnos los mejores frutos. Así como l@s humanos nos sorprenden por su mezquindad, la tierra y las plantas nos sorprenden con una generosidad a prueba de todo.

A lo largo de esta era, hemos aprendido a generar riqueza privada a costa de empobrecer todo alrededor, pero ¿Qué sabemos de generar y administrar riqueza colectiva? He ahí un nudo que debemos aprender a destrabar para salir del individualismo yoico extractivista colonizador que nos hace repetir una y otra vez prácticas colonizantes, que estaría bueno reconocer y superar en virtud de los tiempos postpandémicos y postcapitalísticos que nos toca vivir, en un planeta arrasado y ya inmerso en cambios irreversibles.

En un escenario donde o evolucionas o mueres, podemos comenzar por bajarnos del pedestal y comenzar a relacionarnos con nuestr@s compañer@s de casa a quiénes hemos negado su existencia durante demasiado tiempo. Podemos comenzar por callarnos y escuchar todo lo que tienen que decirnos las otras especies, las que quedan.

 

Eli Neira es performera, escritora y ex periodista. Escribe este texto desde Valparaíso, Chile.

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