
¿Cómo pensarnos cuerpo hacedor, cuerpo para la performance y la escucha? ¿Cómo percibirnos cuerpo presente?
Valeria Primost nos ofrece algunas de sus respuestas y propone maneras de habitar la conciencia corporal.
Por Valeria Primost
Tengo esta obsesión con el registro del cuerpo como territorio, territorio en que se inscribe toda nuestra experiencia.
El cuerpo como inclusivo de todo lo que somos, de todas nuestras posibilidades y todos nuestros límites. ¿Lo que no sucede en el cuerpo, adonde sucede? ¿Si el mundo es percibido sensorialmente? ¿Y si el cuerpo no está separado del mundo?
Quizás esta obsesión surja de un modo de vida en constante movimiento, en que no he podido formarme una identidad estable, o quizás no lo he deseado. Lo que alguna vez fue una etapa transitoria se convirtió en un estado constante, y entonces la experiencia de mi cuerpo, navegarlo como a un territorio estable, que viene conmigo a donde vaya, se conformó como una estrategia de supervivencia.
Somos esta forma particular de condensación de la energía, de la misma energía que se condensa de otros modos en otros seres y objetos, así nos describe la teoría taoísta.
Podemos ver al cuerpo como una diversidad de densidades. Regularmente llamamos cuerpo a lo que podemos tocar, pero en él circulan entidades intangibles. Estas entidades intangibles, sus modos de dialogar con la materia, hacen a cada “cuerpo” único. La atención y el pensamiento, son entidades intangibles, son procesos, pero no son lo mismo y ambos tienen distintos modos de suceder y afectarse mutuamente.
El cuerpo se comporta diferente según lo navegamos con nuestra atención, o si nuestra atención se dirige a otro lugar, distinto de aquel en el que estamos. ¿Qué pensamos cuando realizamos una acción?, ¿Dónde está puesta nuestra atención?
F.M. Alexander reconocía a la dispersión mental como uno de los mayores impedimentos para el aprendizaje. Comprendiendo el aprendizaje como un proceso que requiere de nuestra presencia psicofísica, antes y durante la actividad que se está aprendiendo a realizar.
Por eso su técnica prioriza ese modo de atención que a pesar de haber decidido realizar una acción ya conocida por nosotrxs, nos permita estar presentes en el proceso de realizarla, permitiéndonos actualizar nuestra decisión a cada paso, a medida que el mundo inevitablemente cambia.
La dispersión es un estado bastante común en nuestra sociedad, probablemente causada por el hábito de ocuparnos por demasiado tiempo en actividades que no nos interesan realmente, desconectando nuestra atención de nuestro cuerpo y así de lo que hacemos con el, haciendo del automatismo un modo cotidiano y necesitando entonces de una práctica para volver a una integración que nos permita estar presentes durante la actividad, el aprendizaje, la sociabilización.
Nuestro pensamiento puede guiar nuestra atención y aquello a lo que estamos atentxs puede modificar nuestros pensamientos, ambos modifican y son afectados también por el estado de nuestro cuerpo, nuestro tono muscular, nuestra fluidez o rigidez, nuestra respiración y estados orgánicos.
Cuando el hábito es la dispersión, nuestra mente aborda una infinita cadena de imágenes y preocupaciones, intereses y emociones. Muchas técnicas de meditación utilizan determinados estímulos sensoriales para enfocar la atención en el momento presente y evitar así que el pensamiento se disperse. Tanto durante el movimiento como durante la quietud, podemos aprovechar nuestros sentidos como anclaje de nuestra atención presente y actualizada durante la actividad, es fascinante registrar cómo se mueve diferente el cuerpo según el estímulo sensorial en el que estamos enfocadxs.
Lo que veo puede ser buscado por mis ojos, o mostrado a mis ojos a partir del movimiento de mi cuerpo.
Cuando mis ojos guían el movimiento, predomina una secuencialidad vertebral, como si mis ojos fueran la primera vértebra y a ellos siguiera mi cabeza y a mi cabeza todo lo demás.
Cuando mis ojos son mas receptivos se habilita cierta democracia entre las partes de mi cuerpo, pudiendo cualquiera de ellas invitarme al mundo. Mi cabeza da permiso priorizando otras invitaciones, pero su permiso siempre es necesario para todo lo demás, por su peso físico, por su peso sensorial y por su cualidad de guía a través del pensamiento y la curiosidad en respuesta a la experiencia.
Todos los sentidos excepto por el tacto se concentran en la cabeza, si esta responde a los estímulos de forma inmediata el cuerpo tendrá que seguirla o trabajar con resistencia. Por eso inhibir esas reacciones me ofrece mas opciones y menor resistencia a otras posibilidades.
Cuando mi guía es el tacto hay una diversidad de modos de tocar y una reciprocidad mas directa y contundente con el espacio. Busco sentir y lo que siento frecuentemente es también un límite espacial. Toda mi superficie toca y es tocada: toda mi piel vestida acaricia las telas de mi ropa, por eso según lo que visto me muevo diferente. La ropa ajustada invita en mí movimientos sinuosos, precisos, y bastante formales. La forma externa se expresa mas que el movimiento de mis órganos o mi respiración, los ritmos tienden a fijarse y sostenerse, los cambios de dinámica me cuestan mas.

(Fotogramas)
“Ubiquitousness of viewpoints 2” con curaduría de Keijiro Suzuki at Saikotei Venue.
Instituto de Arte Contemporáneo, Yamaguchi, Japón.
2020
La ropa suelta me permite jugar con el contacto diverso, con la caída de la tela, con su liviandad o pesadez en contraste con la liviandad y pesadez diversas a lo largo, ancho y profundo de mi cuerpo.
Tengo mas lugar para imaginar, puedo relacionar mas mi espacio interno con la superficie de mi piel, mi adentro y mi afuera no están tan distantes.
Mi piel expuesta, recibe mas directamente el aire que muevo y me mueve, la temperatura ambiente, las texturas y consistencias de otros objetos.
Todo contacto es recíproco, pero las reciprocidades son diversas, e inician diálogos singulares, y únicos.
Me tocan las distancias del espacio en el que estoy, sus luces y sus sombras, la densidad que lo habita. Mi acción es distinta en un espacio pequeño pero vacío, que en otro enorme y superpoblado; distinta sola que acompañada; distinta sobre madera que sobre vinilo o baldosa; distinta calzada que descalza. Es distinta su significación por lo que la enmarca, pero también por lo que ese marco me produce sensorialmente.
El sonido puede ser también mi guía, el sonido me informa de distancias, de temperaturas, de actividades también fuera o lejos del lugar en el que estoy. La música muy fácilmente se apodera de mi emoción, el sonido es mas directo que cualquier otro estímulo, no bailar a su ritmo es trabajoso, requiere inhibición, requiere escuchar mas allá de lo obvio, requiere considerarme yo misma parte de la música, un instrumento mas. Cada gesto mío es un evento en diálogo, y desarrolla un tipo de participación en la composición del sonido. Mi movimiento suena, aunque sea en silencio, mueve el aire, modifica la vibración del suelo. Mi movimiento en base al sonido suele caracterizarse por un trabajo inhibitorio, un encuentro de mi propio discurso en él, una manifestación de la voz propia en diálogo.
Los aromas y sabores me hacen visceral, digestiva, indefinida, todo requiere tiempo y no quiere ser nombrado. Si conecto con aromas y sabores mis tubos internos predominan, y es posible que de afuera pueda verse mas un estado general que algún tipo de acción. Un estado blando, receptivo, disponible, tranquilo, por momentos desorientado o fuera de lugar. Mi cara y los dedos de mis manos se mueven mas y puedo detenerme en cualquier lado, de cualquier forma, puede ser absurdo, porque predomina una lógica interna.
La integración de todos los sentidos habilita las diversas cualidades, reconocerlos y permitirles el diálogo me permite elegir un poco mas que el aferrarme solo a uno.
En esta integración de las diversidades que somos yace lo que yo entiendo como la base de las diversas prácticas holísticas. Mas puntualmente la Técnica Alexander y el Kung Fu interno que son las prácticas que yo profundizo, me proponen una actividad integrada, en que todos mis sistemas interactúan, están presentes, me acompañan, me respaldan.
En mi experiencia la forma de poder integrar las diversidades que me componen en acciones presentes, es la de experimentar esas diversidades profundamente, y reconocer sus relaciones, la forma en que dialogan entre sí la forma en que se afectan unas a otras, su origen común, en mí.
Y recalco el “en mí” porque esta es otra cualidad inevitable de la integración: es siempre propia y única. No existe técnica que nos de soluciones rápidas y prefabricadas a nuestra propia integración. En un proceso de ese tipo siempre habrá parte de mí que no se manifestará.
Tanto la Técnica Alexander como el Kung Fu Interno basan sus prácticas en el no hacer.
En la primera le llamamos “inhibición de la reacción inmediata al estímulo”, en la segunda 舞为Wu Wei, concepto ancestral taoísta. En ambas prácticas el concepto de “no hacer” implica la idea de una actividad sin preocupación por el fin a ser alcanzado. Y cuando digo “sin preocupación”, no estoy diciendo “sin interés”.
El “no hacer” en ambas prácticas implica un tipo de relación con la finalidad de la acción que prioriza el proceso, un tipo de proceso que nos permite deshacer las tensiones producidas por deseos imperiosos de hacer algo correctamente, motivaciones basadas en emociones fuertes que pueden interferir nuestra atención y nuestra respiración durante la actividad. Entendiendo que ambas son necesarias para estar presentes, y realizar cualquier actividad con eficiencia.
Iniciar las prácticas con la detención de nuestras reacciones al mundo, los estímulos que recibimos constantemente, tanto del afuera como de nuestro interior, posibilita el desarrollo de un registro mas refinado de nuestra materia y de lo intangible que circula en ella. En la quietud dinámica, podemos registrar con mayor sutileza el efecto del movimiento respiratorio, el estado de nuestras articulaciones, el tono de nuestros tejidos blandos, la organización de nuestra estructura, los recorridos de nuestra atención y el tren de pensamiento que se despierta ante cada cosa advertida del mundo.
La detención de ese tren de pensamiento, o su ralentización, la desintegración de las relaciones habituales entre una idea y otra, el deshacer al máximo la polarización que origina cada imagen o palabra, son la base del silencio interno que nos acerca a percibir lo sutil en nosotrxs, aquello que existe mas allá de toda acción.
Según la filosofía taoísta el estado del universo anterior a la existencia de los opuestos es llamada Wu Ji 无极 Wu Ji (sin polo, sin polaridad, sin extremos), concepto representado por un círculo vacío. Describe el estado de indiferenciación del universo, el origen de todo, el Tao.
Mientras que los opuestos reconocidos ya popularmente como Yin Yang 阴阳 son representados en el gráfico denominado 太极 Tai Ji: ☯️ .
Las prácticas taoístas del Kung Fu interno, más conocidas como Dao Yin, Qi Gong y Tai Ji, tienen como objetivo inicial acceder a esa unidad primordial, indiferenciada que nos da origen. El solo intento de acercarnos a esa unidad, incluso cuando su completa realización se revela imposible (ya que para eso deberíamos dejar de existir como materia condensada de este modo específico que somos) nos habilita una mayor integración de nuestra unidad psicofísica.
Si nuestra vida cotidiana está enfocada en objetivos puntuales conceptualizados a través de ideas que en sí mismas implican una polarización de nuestra realidad y por lo tanto también de nuestro cuerpo; la práctica del silencio y la escucha internos colabora con la reducción de esta polaridad acercándonos lo mas posible a la unidad desde la cual mucho puede ser reformulado, reorganizado y atendido de forma mas global y menos fragmentada.
De forma similar la práctica de la Técnica Alexander inicia su proceso con la detención de las reacciones inmediatas a los estímulos, dando tiempo al sistema de integrarse y desarrollar una escucha mas refinada de la unidad que somos, la unidad de los diversos sistemas que nos integran, que dialogan y se afectan entre sí, cada uno con su cualidad y potencialidad.
El registro de esas cualidades y potencialidades, al deshacer tensiones y actividades extras innecesarias, nos permite registrarnos como unidad. Navegando nuestra atención a través de este paisaje múltiple que somos, podemos habitarnos durante toda actividad, cultivando la presencia y la oportunidad de continuidad o de cambio allí donde lo encontremos necesario.
Navegar los diversos sentidos durante cualquier actividad enfoca mi atención, invita a mi pensamiento a un diálogo continuo con el aquí y ahora, a un registro del efecto de mi acción que se integra en mi registro de mi misma, a una oportunidad de hacer en diálogo continuo con el entorno.
Esa continuidad no es formal, no necesito desarrollar una lógica razonada del “diálogo”, la continuidad es cualitativa, la continuidad me hace unx con el todo, la continuidad es lo opuesto a la separación de mis partes, y a la separación de mi de todo lo demás.
La presencia escénica o performática es aquella a la que accedemos al disponer un universo entero que será nuestra realidad mientras dure la performance. ¿No es este una especie de ritual en el que esperamos que ese “universo” creado nos proteja de otro mucho más amplio en el que se imponen demasiadas interferencias al encuentro de la unidad?
¿No es un intento de reducir el ruido para poder atender a una porción específica de la unidad que somos? ¿Por un rato?
Continúo en esta búsqueda de comprender qué implica esa unidad de la que hablan tantos clásicos de tantos mundos diversos y que fue y sigue siendo la causa de mi acercamiento a cada una de las disciplinas que practico. ¿En qué ámbitos se nos permite esa unidad en la sociedad actual?, qué sector de la población tiene la oportunidad de acercarse de algún modo a una mínima experiencia de ella?
Zhuang Zi es un clásico taoísta en el que se relatan varias historias sobre sabios, descriptos como personas que realizan actividades sencillas, encontrando su unidad con el mundo en la simpleza y el detalle de esa actividad que desarrollan día a día sin mas pretensión que esa: pescar, trocear la carne, recoger la cosecha, caminar.
De forma similar el entrenamiento marcial se cultiva tradicionalmente a través de acciones simples y repetidas por largos períodos de tiempo, y la Técnica Alexander se desarrolla a través de actos tan básicos como sentarnos y ponernos de pie, o levantar una mano.
La hermosura que nos recuerdan estos hechos es que la unidad es accesible en cualquier situación si enfocamos nuestra atención y podemos diferenciar entre el proceso y el fin a ser alcanzado. Encuentro en ese gesto una grieta liberadora.