Performance y vida cotidiana

Habitación Roja (Padres) [Red Room (Parents)],Louise Bourgeois 1994 (detalle)

Por Marita Soto*

“Es totalmente posible que los seres humanos
siempre expresen goce o pérdida a través de la danza y
la canción, y que se adornen a sí mismos y a sus
habitaciones, o que siempre marquen con rituales
linderos al arte las etapas importantes de la vida –el
nacimiento, el paso a la edad adulta, el matrimonio y
la muerte–. (Danto 1999:67)

Hemos aprendido (por eso la cita de Danto) que los individuos ponen en escena en el espacio de todos los días un conjunto de prácticas que no sólo se presentan fragmentadas y heterogéneas sino que provienen de series temporales diversas y a las que podemos llamar “estéticas”. Y que en la vida cotidiana, en la vida de todos los días los sujetos se transforman en operadores, diseñadores, pintores, artesanos modelando, coloreando, retocando esa cotidianeidad.

La vida cotidiana presenta un carácter repetitivo, reglado, hasta inercial (no podría ser de otra manera) constituyéndose en la red que sostiene el dinamismo y el desenvolvimiento de eso que denominamos la “vida”.

En esa regularidad la tensión entre repetición y novedad se manifiesta de un modo fuerte, casi dramático, y el deseo de transformación, de modificación, de cambio por parte de los individuos se revela permanente.

Hemos visto que esa renovación se resuelve de la manera en que se puede, con mucho o con poco, con más o menos recursos económicos o estilísticos, con más o menos información, pero se hace…

El diseño, la decoración, la moda, la publicidad, los medios, las exhibiciones artísticas se transforman en lugares a los que se va a buscar ideas, conceptos, “ayudas” para poner en práctica esta transformación.

Es siempre el campo de la renovación posible en los cuerpos y los espacios de la cotidianeidad.

La experiencia estética se despliega en múltiples manifestaciones: cierta disposición de los objetos en el interior de una vivienda, el plan decorativo de cualquier espacio, los recuerdos visibles del cuerpo, la disposición de una mesa servida, el envase de productos que aparecen en las alacenas de las cocinas.

Siempre con el rastro (aún tibio) de quien lo puso allí, con el anuncio de lo que sucederá, del lugar que ocuparán algunos cuerpos, transparentado las luces y las sombras de los intercambios.

Estas manifestaciones suponen la convivencia de historias diversas: recuerdos familiares, mudanzas, herencias, regalos, legados y con ellas, sueños, deseos, renuncias.

Y junto a las historias extensas aparecen otros movimientos de orden reciente o que están sujetos a una actualización, a un hoy, a un presente (la moda, el diseño, los cambios contextuales), es decir a un movimiento cambiante, más fugaz, tal vez pasajero.

La comprensión de las experiencias estéticas cotidianas se abre a producciones no menos riesgosas que las de los artistas: aquí también los individuos se dejan ver a través de sus espacios, formas, objetos. Y también dejan traslucir sus saberes, encriptados o transparentes, viejos o nuevos, heredados o adquiridos.

El campo abierto por la puesta en cuestión de la esteticidad de la cotidianeidad trae una discusión que, por otra parte, es una discusión de los últimos tiempos: la revisión del concepto de arte, la reflexión sobre las relaciones entre teorías del arte y obras artísticas, o la polémica acerca del vínculo entre las instituciones, los artistas y sus producciones.

Un texto de Kandinsky fue esclarecedor para pensar este campo. ¿Y si comenzáramos a pensarlo desde una posición opuesta? Quiero decir, en lugar de tomar el camino de la justificación de por qué ciertas prácticas en la vida cotidiana podrían ser clasificadas o calificadas de estéticas, pensar (desde el otro lado) por qué la vida cotidiana ha sido siempre un tema del arte.

Aquí el fragmento del texto de Kandinsky:

“En segundo lugar (y esto se halla íntimamente ligado a mi desarrollo
interior), no tenía la intención de abandonar totalmente el objeto. En
varias ocasiones he sostenido que el objeto como tal desprende una
determinada resonancia espiritual que puede servir y sirve
efectivamente, en todos los aspectos, de material al arte. Y yo estaba
más deseoso aún de buscar las formas pictóricas puras a través de
esta resonancia espiritual” (Wassily Kandinsky, <Conferencia de
colonia> en La gramática de la creación, Barcelona, Paidós, 1987,
págs. 54-55 en Marta Zátonyi, Aportes a la Estética desde el arte y la
ciencia del siglo XX, Buenos Aires, La Marca, 2005 [1º Ed. 1998]).

Es claro en Kandinsky: los objetos que lo rodean son una fuente para su creatividad, son reveladores, son vehículos de belleza. Para esto, simplemente ha visto esos objetos suspendiendo sus ataduras, su cualidad funcional o utilitaria, las presiones de la indicialidad, rompiendo las cadenas a las que están sujetos en el espacio de la cotidianeidad: ha descontextualizado esos objetos traspasándolos al espacio de la representación, para luego, borrar sus huellas en él.

El arte estetizó la vida cotidiana: a lo largo de su historia ha tomado elementos, objetos, situaciones, espacios, personajes, acciones de la vida de todos los días y las ha hecho obra, dejando el testimonio en la representación.

Se trata entonces de descubrir cómo nuestro “mundos de objetos” experimenta con lo artístico todos los días.

 

 

*Revista EA, Nº 1, diciembre 2006. Buenos Aires

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