
Por Roma Vaquero Diaz
Qué habría sido de las mujeres en el patriarcado sin el entramado de mujeres alrededor, a un lado, atrás de una, adelante, guiando el camino, aguantando juntas. ¿Qué sería de nosotras sin nuestras amigas? ¿Qué sería de las mujeres sin el amor de las mujeres? (Marcela Lagarde, 2006)
Durante siglos, la iglesia y la ciencia han dado prioridad a algunos sentidos de la percepción en detrimento de otros. Bajo estas miradas que separan alma y cuerpo, donde el primero es elevado y el segundo oscuro y desechable, los sentidos de la vista y el oído se piensan dentro de una categoría superior a los del olfato, el gusto y el tacto, tan cercanos a la carne y a lo erótico. Por lo tanto, dentro del pensamiento judeocristiano- occidental (que es donde se funda el capitalismo) el desarrollo de conocimientos, técnicas y tecnologías se centraron en lo audiovisual, más precisamente en la imagen. Esto se expandió de manera tal que sin pantallas nos es difícil casi pensar la vida cotidiana. En este tránsito, las representaciones de mujerxs tanto en el arte como en la publicidad, se han ubicado alineadas al placer visual y a la afirmación de la dominación masculina: mujerxs para ser vistas, objetos de sumisión a poseer. Si la producción de imágenes son constructoras de identificación, es nuestra tarea presentarnos y proporcionar representaciones que hablen de nosotras como sujetos deseantes, activas, múltiples y diversas. La construcción de nuestras propias imágenes no sólo permite sanarnos, sino que también posibilita la mirada de mundos otros posibles y de imaginarios infinitos. Hacer acto de nuestras propias imágenes, meternos en ellas, inventarnos mediante ellas en poéticas 5D.
Si las redes digitales y los medios nos fragmentan, nos desmenuzan, nos descuartizan y nos asesinan infinitamente a través de las imágenes y de la repetición de las mismas hasta el hartazgo, podemos ocuparlas y devolvernos vivas, deseantes, múltiples y posibles; darnos existencia desmedida en una imagen encarnada. Producir imágenes propias y diferentes a las estructuradas clásicamente, rechazando los clichés en los que hemos sido encerradas, para buscar otras disímiles, no pretendiendo cambiar un modelo por otro, sino abriendo la posibilidad de poner en juego el ficcionalizar tanto lo imaginable como lo vivido, dando lugar a nuestros propios significantes y la construcción de nuestros relatos.
Si tenemos en cuenta que para definir una praxis de cambio es necesario localizar la ideología dentro de los modos de representación, es ineludible profundizar el análisis de la política de las imágenes y de los lenguajes estéticos. La ideología patriarcal está conformada por supuestos acerca del lugar de las mujerxs en la sociedad, de los modos en que debemos vernos y comportarnos; por lo tanto, es urgente que hablemos por nosotras mismas, sin formas prefijadas (ni las anteriores, ni las nuevas). Hacer porque existimos y tenemos un modo propio de ponernos en acción. Esto no significa encerrar o catalogar nuestras producciones en una modalidad de género o realizaciones de mujerxs, lo cual sería volver a ubicarnos dentro de una posición patriarcal, sino darnos la posibilidad de sublevarnos y revolucionar nuestra propia existencia mediante la producción y el eje que se construye entre el hacer íntimo y el hacer colectivo.
Construyamos imágenes que subviertan los lenguajes y los transmuten infinitamente, para que lo creativo y lo colectivo, lo público y lo íntimo, se mezclen de manera natural, como si en lugar de un límite, existiera una membrana donde el hacer pudiera entrar y salir de manera imparable, donde la cotidiano y lo extraordinario se encuentren reflejados, donde lo más pequeño, lo más mecánico y lo más simple, rebalse de deseo.