
Por Jean-Luc Nancy y Adèle Van Reeth.
(Fragm.)*
No encontrarán en esta entrevista sabios consejos para gozar mejor, ni la triste confirmación de que existe una sociedad que identifica el goce con la absorción voraz de bienes y placeres; tampoco pretendemos quitar la razón a los que ya han reflexionado sobre los vicios y virtudes del goce.
Hemos mantenido esta conversación movidos por una curiosidad común y por el interés que suscita el tema; un interés tan previsible como absurdo. Previsible, porque el pensamiento contemporáneo ya no considera tabú el hablar de sexualidad (a partir de Freud y de Bataille, entre otros) y, sin embargo, absurdo, porque entender el goce no es el objetivo principal de aquellos que hablan de las relaciones sexuales sin tener en cuenta el acontecimiento que supone gozar. Previsible, además, porque la palabra «goce» ha acabado por designar, de forma preferente, no tanto el goce sexual como la culminación de lo que llamamos, desde hace mucho tiempo, el consumo, entendido como la apropiación de bienes y satisfacciones. Pero también absurdo porque, precisamente, nuestro objetivo es emplear esta palabra no tanto para estigmatizar una economía y una ideología, como para recuperar una experiencia que actúa como un motor individual y colectivo, y que unas veces fue glorificada y otras condenada (o incluso ambas cosas a la vez).
Pensamos que con el goce estamos proponiendo un tema de reflexión importante. Aunque hace mucho tiempo que no ha estado presente como tal en la escena filosófica, sí lo estuvo, y muy abiertamente, con Platón; o más tarde, y de manera menos visible pero no menos intensa, en todo pensamiento referido al amor, a las pasiones y a los placeres, pensamientos filosóficos, místicos, poéticos y lite- rarios a los que dedicamos un gran espacio en esta entrevista. Hemos decidido, asimismo, abordar de frente los problemas políticos que plantea el goce, ya que este ha sido objeto tanto de reivindicaciones (¡gozad sin trabas!) como de condenas colectivas.
¿Qué dice, qué nos dice o nos da a entender la palabra «goce»? Tal vez habla de algo inaudito, incluso inaudible. Pero esa no es razón suficiente para no intentar entenderla, y por eso hemos mantenido esta charla.
ADÈLE VAN REETH: El goce como experiencia implica una disolución del sujeto y la imposibilidad de apropiarse del objeto. Entonces, ¿cómo definir lo que nos hace gozar? Y, sobre todo, teniendo en cuenta que la cuestión del objeto remite a la del sujeto: ¿quién goza?
JEAN-LUC NANCY: Esa vinculación entre objeto y sujeto en el goce es, precisamente, la que lo convierte en una experiencia tan próxima al gozo como al regocijo, a la exuberancia en general. Exuberancia es una palabra marcada por la femineidad: es la turgencia del pecho (uber en latín), la leche que mana. También podemos pensar en el éxtasis, una palabra que utilizan Heidegger y Schelling y que significa «estar fuera de sí», o mejor «impulso fuera de sí». En ese fuera de sí, no hay posibilidad de apropiación, porque se trata de un espacio en el que no somos ni una cosa ni una sustancia, sino un simple «yo» puntual, que nos permite unificar nuestras representaciones. Ahora bien, esa relación ya no funciona cuando hablamos del goce, porque este implica que se salga de la representación y, por lo tanto, de ese «yo» que ya no puede acompañar a la experiencia del goce. Creo que se trata sobre todo de eso, de esa pérdida del sujeto capaz de decir «yo».
AVR: Y, sin embargo, el goce, lejos de ser abstracto, siempre es una experiencia, lo que significa que solo tiene sentido para alguien en particular. Por ejemplo, refiriéndonos al goce sexual, el que goza puede decir: «Yo gozo…» ¿Quién es entonces ese «yo» que goza?
JLN: Sade ilustra esta cuestión crucial de una forma muy particular. Para él, el individuo que goza entra en una doble relación de destrucción. En primer lugar, la relación que se establece entre el que goza y aquello de lo que goza es una relación de posesión llevada hasta la destrucción, goza del riesgo que supone abrir una brecha abismal en el lugar mismo en el que se encuentra lo que le hace gozar. Pero esta relación de destrucción se vuelve contra el individuo que goza, ya que puede llegar a desear aproximarse demasiado a su propia muerte. En Sade encontramos héroes que se hacen colgar para eyacular, después de haber pedido a sus criados que corten la cuerda en el momento oportuno. En momentos como ese es cuando, a menudo, el héroe de Sade dice: estoy gozando. Es decir: el goce me embarga. Deja escapar una exclamación a la que, a menudo, añade una blasfemia: «¡Me cago en Dios!», que es otro testimonio más de su aberración.
AVR: Pero, ¿significa eso que el goce sería inseparable del dolor? Aquí, la persona que dice «estoy gozando» lo dice de manera simultánea a la experiencia del dolor.
JLN: El dolor siempre está presente en el goce, de manera tangencial o asintótica. La intensidad extrema se vuelve insoportable y tal vez gozamos, precisamente, de estar al límite, ahí donde se sobrepasa el punto culminante de la excitación y, al mismo tiempo, se rechaza, para finalmente desvanecerse.
El héroe de Sade reduplica la ambivalencia de ese momento cuando exclama «foutre!»,[1] que quiere decir «follar» y que él utiliza como una especie de condena o de insulto por lo que está haciendo o sufriendo. En nuestros días ya no se dice mucho
«¡foutre!», o solo se hace para designar el esperma. Pero el héroe de Sade sí profiere esta y otras exclamaciones de naturaleza similar. También las encontramos, parecidas, en multitud de poemas eróticos, por ejemplo en los Poemas a Lou de Apollinaire, donde van dirigidas al otro: «Estás gozando». Y en ese «ven» de Deguy que mencionábamos antes. De hecho, en inglés, llegar al orgasmo se dice to come, es decir, «venir».
AVR: … idea que no transmite el término goce.
JLN: En efecto, el término goce es difícil de traducir en algunas lenguas. En inglés y en alemán, no existe ninguna palabra que sea de la misma familia. O bien pertenece a un registro sexual, o bien, con menos frecuencia, al ámbito jurídico. En alemán, Genuss evoca más la idea de satisfacción. Ahora bien, estar satisfecho de algo significa tener bastante, lo que nos conduciría a lo opuesto al goce. Por supuesto, el lado posesivo del goce también está relacionado con la idea de una satisfacción: quiero tener bastante. Pero ¿qué significa tener bastante? Supone la idea de una medida objetiva, que puede ser la de los medios económicos: poseo tanto dinero y me sentiré satisfecho si obtengo todo lo que este dinero me permite poseer. ¿Pero puedo tener bastante de algo que no tiene medida? No tiene sentido. Si mi deseo no tiene medida, nunca tendrá bastante, jamás alcanzará el límite. Eso es lo que sucede con el goce: sobreviene fuera de toda medida o de la idea de un límite. Lo que no significa que no termine nunca, pero es muy difícil saber en qué consiste ese final.
Diría, incluso, que lo propio del goce es su constante renovación, y esto se manifiesta de forma sorprendente en el caso del goce estético que producen las obras de arte, y sobre el que hablaremos más adelante. ¿Por qué el arte no se detiene? ¿Por qué los hombres siguen creando? Porque en el arte, como en el goce sexual, nunca decimos que tenemos «bastante». Esa idea no tiene ningún sentido. Si el hombre sigue creando y gozando es porque el deseo no se extingue cuando adopta una forma particular. Porque existe un deseo, constantemente renovado, de hacer surgir nuevas formas, es decir, de dar naturaleza sensible a una nueva sensibilidad. Y esa nueva sensibilidad es deseada y creada no porque nos falte algo, ni por una necesidad compulsiva de repetición, sino porque lo que en realidad se desea es una renovación del sentido como tal. De modo que lo que expresa el arte es nuestro deseo de tener sentido, ilimitadamente.
* El goce.
Jean-Luc Nancy. Adèle Van Reeth
Editorial Pasos Perdidos
[1] Foutre: Vocablo francés con el doble valor, vulgar en am- bos casos, de semen (sustantivo en uso) y de follar (verbo en desuso). (N. del T.).