El fanzine: gesto y comunidad

Por Valerie Weilheim*

“Entender cómo está cambiando el mundo es cambiar al mundo”
Robert Pepperell [1]

Aproximarse al fenómeno del fanzine pasa, inevitablemente, por la pregunta básica sobre qué son. Si pensamos la cultura de masas en el siglo XX y XXI, nos enfrentamos con una industria editorial que crecía de manera desbordada: reimpresiones de clásicos, poetas con hordas de fanáticos, best-sellers controversiales e, incluso, enormes tirajes de revistas especializadas. Viendo de cerca estas últimas, encontramos con un mercado saturado de todo tema cuanto pueda desear un consumidor, todo pareciera estar cubierto y procesado, listo para llegar a las manos indicadas que devorarán sus páginas con interés. Sin embargo, es justo en medio de esa saturación donde nace el fanzine: surge desde un espíritu profundamente contracultural. Esto los pone en una relación complicada con el Libro, con la industria masiva que controla la palabra impresa y desde donde tendemos a analizar las producciones literarias del siglo pasado. Stephen Ducombe, en su libro Notes From Underground: Zines and the Politics of Alternative Culture, afirma:

“En una era marcada por la rápida centralización de los medios corporativos, los zines son independientes y localizados, salen de ciudades, suburbios y pequeños pueblos alrededor de los Estados Unidos, son armados en mesas de cocina. Celebran a la gente común en un mundo de celebridades. Los perdedores en una sociedad que premia a los mejores y más brillantes. Rechazar el sueño corporativo de una población atomizada, separada en discretos mercados instrumentales, los creadores de zines forman redes y forjan comunidades en torno a diversas identidades e intereses” [2]

Hay, entonces, un ejercicio de conciencia social en el proceso de hacer un fanzine. La decisión de hacerlo-tú-mismo (Do it yourself) está atravesada por una reflexión sobre las carencias, los vacíos, de la cultura masiva. Más que una necesidad, o de la mano con ella, el hazlo-tú-mismo es un compromiso. Es una exploración individual (que da paso a colectividades) de las sensibilidades que afectan la identidad de las personas. Estas publicaciones se convierten en un soporte donde los afectos obligados a permanecer al margen en lo masivo tienen cabida, donde pueden ser discutidos. Respecto a este uso del fanzine como herramienta antihegemónica, Rafael Uzcátegui (uno de los precursores del movimiento fanzinero en Venezuela, defensor de los derechos humanos, @fanzinero en sus redes sociales) plantea en su libro Corazón de tinta que este permite que: “Los jóvenes soñadores subviertan las expresiones culturales con usanzas y costumbres diferentes a las oficiales”[3]. Se construyen redes en torno a un código casi secreto, en tanto discurso emergente, en diferentes niveles.

Pensemos, por ejemplo, en el origen del fanzine: una compilación de cartas donde diversos fanáticos de la Ciencia Ficción discutían sobre un género evidentemente menor para el momento:

O, más tarde, la importancia que cobró para los movimientos políticos que tomaban cada vez más fuerza: los anarquistas, sobre todo los punks, volvieron el zine una parte esencial de su (contra)cultura, donde asentaban y jugaban con los postulados estéticos del movimiento, al mismo tiempo que reafirmaban lo amateur, la producción independiente, como ejercicio anarquista:

O el movimiento feminista, con el cual el fanzine se acercó más a su raíz de panfleto y funcionó como espacio de rebeldía y unión (pienso en los manifiestos que abundaron en los años ‘90):


Es un territorio donde el lenguaje puede ser transformado con el fin de hacer visible un espacio del margen.

Estas publicaciones son, entonces, un espacio de agenciamiento político donde se encuentran aquellos que la producen y quienes la leen, trazando los vínculos que los unen como sujetos atravesados por el vivir bajo un conjunto específico de símbolos, sucesos y costumbres. Los fanzines se vuelven un espacio donde re-construir. Es decir, un espacio de comunicación entre individuos que, desde sus respectivas subjetividades, buscan ejercer un pensamiento crítico respecto a su entorno, dar y quitar sentido a los discursos que nos rodean. De allí que el zine mantenga una relación distinta que el libro (y la revista) con la figura del autor: el formato exige una independencia de las estructuras bajo las cuales se piensa una publicación. Donde el libro tradicional se propone a sí mismo como el paradigma de una razón lineal, el centro de una cultura, el zine se siente cómodo estando al margen, agujereando discursos, siendo la nota al pie de un proceso demasiado pulcro, demasiado cerrado. Es un movimiento, en tanto práctica que construye identidad a partir de cartografiar elementos de la cotidianidad.

Este espacio de expresión y divulgación en pequeña escala se ve transformado, como todo, por el desarrollo y crecimiento del internet y los medios digitales. Si bien el fanzine no se vuelve un medio masivo, sí es interpelado por la globalización. La experiencia sensible desde la que parte no es la misma: cualquier tipo de expresión pasa por cómo nos afectan ciertos estímulos, cualquier extensión o tecnología nueva tiene consecuencias individuales y sociales. Algunas características de este soporte se traducen con gran facilidad a la aparición de la web: la primacía de lo amateur, la democratización de las herramientas de publicación, el pensamiento en red que da paso a la formación de tribus. Si decíamos que el fanzine es un ejercicio de conciencia, en la actualidad podemos afirmar lo mismo. Este formato se presta para reflexionar en torno a cómo la cultura nos afecta y, por tanto, también se ha convertido en un lugar de aproximación a los medios digitales y nuestra relación con ellos. Bajo la proliferación de las redes sociales la pregunta no se torna “¿qué es un fanzine?”, sino “¿para qué un fanzine?”. Nos preguntamos qué sucede con ellos en un mundo donde en todo momento estamos expuestos, somos exterioridad, donde podemos escoger qué mostrar de nosotros y los movimientos más mínimos son maxificados; donde las personas, su subjetividad, tienen el centro de atención. ¿Qué sucede con los zines en una modernidad donde la tecnología cambió la manera en que nos expresamos?

Esta transformación radical en la manera en que nos comunicamos, en que (nos) entendemos (en) el mundo, parece evidenciar que la subjetividad dio una vuelta hacia afuera. Esto quiere decir que donde el discurso dominante antes rodeaba ciertas interioridades y las condenaba al silencio, ahora parece haberlas obligado a volcarse hacia afuera para vaciarlas de contenido, perdiéndose en la inmensidad. Si antes la existencia, la creación, de un fanzine era en sí un acto de disidencia, en la era digital no podríamos afirmarlo con tanta firmeza. Cuando antes los fanzineros no se sentían representados, no encontraban nada con qué identificarse, en las revistas de los quioscos, ahora existe un quiosco digital aparentemente ilimitado. El discurso dominante encontró formas de acallar y expulsar ciertas voces sin tener que apresarlas y borrarlas: las vacía para luego exponerlas bajo sus propias estructuras.

¿Puede el fanzine, en esta dinámica, aún conservar algo de su disidencia? Si es así, este debe encontrar una nueva manera de agujerear el discurso más allá de su mera existencia.

Quizás, una de las cosas que justifican la existencia del fanzine en un mundo hipermediático sea precisamente la potencialidad que surge de ese vacío: despojado de contenido, queda el gesto. Volvemos al momento en que la decisión de hacer un fanzine era de por sí un acto rebelde, pero esta vez va más allá: nombrar algo un fanzine es un gesto disidente. Tomar una serie de fotografías, poemas, videos e, incluso, objetos y agruparlos bajo la figura de “fanzine” es un performance que busca enrarecer un discurso ya latente e incorporado en nuestras vidas. Cuando todo está expuesto, la re-exposición es una pequeña burla, un espacio cómplice que nos da la posibilidad de explorar las fronteras para conseguir ese elemento “extraño”. El signo vacío del fanzine no tiene sobre sí el peso de representar, de dar la cara por una causa, sino que está repitiendo su historia, está jugando con sus referentes para (des)decir su propia realidad. Se vuelve un performance en tanto que cada pequeño gesto está vinculado a la sospecha de un diálogo con la inmensidad de referentes que coexisten en todo momento en la era digital.


[1] Pepperell, Robert. The Posthuman Condition, Consciousness beyond the brain. Intellect Books, 2003.
[2] Pág. 7. Duncombe, Stephen. Notes From Underground: Zines and the Politics of Alternative Culture. Microcosm Publishing, 2008.
[3] Pág. 27. Uzcátegui, Rafael. Corazón de tinta. Naufrago de Ítaca Ediciones, 2001.

*Fuente: pezlinterna

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