Por Zamarripa*
El desarrollo del siguiente texto se enmarca en una vivencia personal, la convivencia dentro de la esfera del espectáculo travesti en un congal en la ciudad de Guadalajara, México. Con la intención de encontrar o dejar al menos un registro de la existencia de puntos de encuentro con lo performático o con construcciones contemporáneas de ritualidad.
El título Vírgenes de media noche está dado no porque exista una virgen o ritual que responda a este nombre, sino por la convivencia de su imagen en un trabajo que se lleva a cabo en la oscuridad de la noche y sus espejismos, en la antesala del espectáculo travesti. En mi primera juventud y por causa de fuerza mayor, la vida y la necesidad me llevaron a trabajar como bailarín acompañante en este congal de divertimento, striptease y prostitución. En el transcurso de mis días en el trabajo descubrí algo, que desde entonces, marco una imagen fuerte en relación a los ritos y las torsiones que estos pueden tener dentro de la cultura actual.
La incertidumbre, los nervios y el miedo se produjeron en mí al ingresar a este ambiente que está cargado de tabúes. Un lugar lejano aun cuando era un participante interno. Tomé la decisión de llegar con horas de antelación al arranque del espectáculo para prepararme y digerir todo con más control, el estar tanto tiempo antes me regalo la posibilidad de descubrir el mágico momento en que se genera el “rito” que abordaré en las siguientes líneas.
Una casona
El lugar se encuentra localizado en lo que se considera la zona rosa (gay) de Guadalajara, específicamente este congal fue durante muchos años un lugar popular y de tradición de espectáculo travesti, striptease, y de encuentros sexuales de baja monta en la ciudad.
- Desde el punto de vista del espectador
El lugar es una vieja casona que se abre sólo por las noches, donde al ingresar tienes que cruzar por oscuridad, una barra larga y muchas mesas generalmente vacías, llegando al fondo se encuentra un intento de escenario de 30 cm de altura, donde los espectadores sólo tienen que estirar el brazo, acción suficiente para alcanzar a lxs intérpretes, travestis o strippers. Los espectadores se reúnen alrededor del escenario, beben y toman esperando el espectáculo, el cual se divide en dos bloques, baile de strippers hombres y espectáculo travesti. Así se va intercalando toda la noche hasta las 6 am.
En general, es un ambiente festivo cargado siempre de cierta tensión, donde en ocasiones puede ser peligroso, pues está inmerso de excitación, muestras de poder, dominación, represión, prostitución y drogas.
A un costado del escenario hay una escalera mínima por la cual se accede a los camerinos (lugar del rito), éste solo de las travestis y lxs bailarines que las acompañan, lxs strippers se encuentran en otra área.
- Desde el punto de vista de lxs travestis
Para lxs travestis y para mí el contexto se modifica. La casona es un lugar de trabajo. Al ingresar está iluminado y sin vida, de igual manera lxs chicxs que se travisten ingresan como civiles “normales”, cosa que visualmente lxs hace parecer extrañxs y apagadxs, vestidxs con ropa convencional de caballero y generalmente con gorras que cubren su largo cabello y anteojos grandes que cubren sus rostros, es decir, como si todo el contexto, incluida la ciudad misma, fuese un lugar apagado y sin vida hasta que se sale de camerinos. Entre luces, miradas deseosas y contemplativas, vinos, billetes, drogas y aplausos, el sitio se convierte en un lugar festivo y efímero.
Donde ocurre el rito
Los camerinos son un lugar pequeño, cuatro paredes que tiene la apariencia de bodega de teatro independiente olvidada con todo tipo de cosas apiladas. Hay espacios como de 80 cm aproximadamente con una silla y un espejo para cada una de las chicas que dividen sus lugares, racks al fondo con vestuarios, en todos lados plumas, lentejuelas, tacos, pelucas, palo santo, implantes, maquillaje, mezcal, rellenos, un collage entre vodka, ron, agua ardiente, fragancias corporales, velas, merca, dinero y un pequeño altar. Todo parece estar encima de todo y de todxs.
En el primer muro, se encuentra el área donde se arreglan las chicas, dividido por esa especie de tocadores individuales, mismos que tienen la apariencia de pequeñas capillas, una especie de nichos de trasformación, apilado por accesorios y cualquier objeto absurdo que termina tomando forma única, auténtica y necesaria en la construcción de sus personajes. En los espejos tienen fotos de ellas mismas brillando en escena, algún amante y en algunos casos retratos familiares. Se hace relevante una diferencia en la división de estos espacios, pues uno de ellos es más grande que el resto, este se diferencia por una silla y un espejo de mayor dimensión, con unos focos incluidos que lo enmarcan y es el lugar de la estrella principal.
En un segundo muro, se encuentran racks con vestuario del elenco de bailarines, grupo en el cual me encuentro incluido junto a otrxs, una variedad de prendas y aditamentos de utilería para cada show, casi todo desgastado y en mal estado, pero que al final consiguen su cometido. Aunque en general, los vestuarios, pelucas especiales y otras cosas de las travestis nunca se quedan en el lugar, las llevan consigo siempre como un tesoro.
En la tercera pared hay una línea de 4 sillas donde lxs bailarines esperamos sentados al mismo tiempo que contemplamos la trasformación, todxs nos desnudamos y cambiamos en el mismo lugar, con ayuda de algunxs o molestias de otrxs. Es un ambiente muy competitivo, lleno de egos y necesidades, pero también de unidad, pues podrían pelearse entre ellxs, pero no permitirían que nadie más las molestara, ante el acto todas se montaban en actitud amazónica, entre todas se defendían, nos defendíamos.
El cuarto muro era un espacio fantástico. Un muro forrado del suelo al techo por pelucas, olvidadas u ofrendadas por antiguas estrellas del lugar, una gran masa deidad incorpórea de transformación. Junto a ellas, debajo de una pequeña ventana, un altar con la virgen morena como protagonista y una docena más de santos y vírgenes postales, ofrendas, veladoras, palo santo y mezcal.
Una dimensión transformadora
La relación temporal es muy particular, ya que está cargado de misticismo y ritual puesto que todxs ingresan en un primer momento como un algo y terminan saliendo como un otrx. Es una especie de capsula del tiempo o tiempo preciso donde el botón florece y la transformación ocurre.
El tiempo del rito pareciera una fiesta previa, donde ellas y todxs nosotrxs, nos pertenecemos. El tiempo del rito dignifica la belleza y nos prepara para nosotrxs mismxs antes de salir a público.
Con aquella imagen de civil sombrío, con sus atuendos, maleta en mano, se posicionan en sus lugares para comenzar la transformación. Desnudarse, colocar rellenos, subir una media tras otra, sujetar el cabello, el maquillaje. Adorando y reconociendo cada parte del proceso, poco a poco, entre charlas, chismes y drogas compartidas se ven y se sienten hermosxs.
Cuando están listxs, antes de salir a escena, dan los últimos toques: labios apretados, perfume y pasar una a una a tocar la postal, persignarse o acariciar a la morena. Se sirven mezcal, alzan la copa como si miraran el cielo, tiran un poco al suelo y lo toman a fondo. Así se ponen en pie y caminan como solo ellxs, montadxs en tacones altos y sacudiendo el cabello, saben hacer. Luego, salen a escena.
La convivencia y superposición de acciones concretas en relación a su contexto temporal y como preludio de un show, dejan ver ciertos puntos claves donde podemos encontrar relaciones directas o al menos paralelas con las características de lo ritual y lo performático.
El momento del rito pareciera estar conformado por una geografía elástica, es decir, la suma de sus acciones cargadas de significados, fe, integración y transformación. Puentes imposibles donde un extremo no corresponde a otro y se establecen como un lugar efímero en varios sentidos. Por un lado, podemos ver una carga importante de devoción a la imagen de la “virgen morena”, por el otro, este sector representa lo indeseado por la sociedad, aquellxs que jamás formarán parte del paraíso. Es decir, con devoción rinden ofrenda a aquello que lxs señala como indignxs. Por lo cual podemos decir que este desplazamiento cargado de aceptación y de plenitud, al que se llega a través del rito, es polisémico, efímero y volátil.
Asimismo, el ritual de las vírgenes de media noche, es un fenómeno en el cual ocurre en simultaneo lo real y lo construido, donde se efectúa una trasferencia, donde se convoca la identidad y la memoria colectiva permitiendo una trasmisión a través de esa ceremonia compartida. Según Jodorowsky, el performance podía dejar “huellas de un acto real” y en este sentido la huella tanto del acto de travestirse como del resultado de la imagen como símbolo (huella de lo real) se hacen presente en este rito. Por su parte, el término performatividad utilizado por Judith Butler se encuentra en íntima relación con esta mirada, pues el ritual está totalmente inmerso en la construcción de género e identidad sexual. Y a través del ritual de las vírgenes de media noche vemos como estas prácticas permiten y regulan la construcción de identidad de género dentro de ese lugar y tiempo.
Así, se celebra la noche, el trabajo, una fisura de tiempo y del espacio de identidades otras, de bellezas otras, donde paradójicamente se da el encuentro de lo santo y lo profano. En este lugar oculto entre rincones, de poca visibilidad, se edifican altares. Allí, la mayoría de mis compañerxs encuentran una gran devoción, profunda y verdadera. Piden y ofrendan por el trabajo, la salud, el dinero y el amor, mientras hacen la señal de la cruz y salen a escena cargadxs de toda su fe.
*Zamarripa realizó este artículo en relación a la investigación desarrollada en la Maestría de Lenguajes Artísticos Combinados UNA, Argentina. Año 2016